miércoles, 7 de noviembre de 2012

¿Por qué lo llaman matrimonio cuando quieren decir…?

Por fin hubo dictamen del Constitucional acerca del matrimonio homosexual o igualitario –término que prefieren utilizar los colectivos de gays y lesbianas-. Solo han tardado siete años, en los que se han celebrado 22.442 bodas, en dilucidar si aceptan o no el controvertido término. Siete años en rechazar por abrumadora mayoría –todo hay que decirlo- el recurso presentado por el PP. Por cierto, los pocos dirigentes populares que apoyaban las uniones de personas del mismo sexo en igualdad de condiciones no han tardado en sacar pecho con el anuncio de los magistrados. Se trata, en definitiva, de un debate ideológico superado para la mayoría de la sociedad. Cierto es que aún hay sectores recalcitrantes -no es ningún insulto- que niegan la mayor, realizan descalificaciones y anuncian acciones contra esa decisión, caso del Foro de la Familia. Intolerantes los ha habido y habrá siempre.Estoy de acuerdo con el fallo del Constitucional y me alegro por los buenos amigos –ellos lo saben- que pertenecen a esos colectivos y han vivido con júbilo la noticia. Sin embargo, tengo que reconocer que no me gusta que se emplee el mismo término que para las uniones entre heterosexuales. La Constitución recoge en su artículo 32.1 que “el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica”. Y no hablamos de cualquier norma sino de nuestra Carta Magna.Por otra parte, el RAE, en esa misma línea, define al matrimonio como la “unión de hombre y mujer concertado mediante determinados ritos o formalidades legales”. Pese a todo, en su segunda acepción es donde está el foco de la polémica. “En el catolicismo, sacramento por el cual el hombre y la mujer se ligan perpetuamente con arreglo a las prescripciones de la Iglesia”. Pensarán y con razón que con la Iglesia, que sigue anquilosada, hemos topado. Pero en este caso, no solo la curia ha manifestado su posición contraria a esta denominación sino un amplio porcentaje de quienes profesan –profesamos- esta confesión cristiana.Convendrán, pues, que si en lugar de matrimonio se hubiera buscado otro término no se hubiera levantado el mismo revuelo. Y si es así, ¿por qué no se han parado un instante en crear un nuevo concepto? ¿Un palabro? Eso hubiera sido lo de menos teniendo en cuenta que a la RAE no le queda otra que ir aceptando el lenguaje que va calando en la sociedad. Siempre habría sido llevar el debate al terreno de la semántica que al ideológico. Y por supuesto, esos 40.000 contrayentes se habrían ahorrado una larga e inquietante espera de siete años.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Pocos vuelos, pocas luces


Nada nuevo. El aeropuerto de San Pablo sigue en caída libre en cuanto a pasajeros. Iberia, como antes hicieron otras compañías, anuncia una reducción de conexiones con Sevilla, en este caso, desde Madrid. Los profesionales del sector turístico, con el incansable Antonio Távora, demandan una mayor oferta de vuelos y alertan del peligro de las low cost. Titulares que se repiten de manera cíclica. Y si nos remontamos algo más atrás en el tiempo, podríamos hablar del conflicto de los taxistas que cubren el trayecto entre la terminal de pasajeros y el centro de la ciudad. Me refiero a los tristes episodios de lunas de autobuses rotas a pedradas o a los enfrentamientos entre esos profesionales del mismo gremio por monopolizar ese servicio.
El aeródromo de la cuarta ciudad española no ocupa, ni de lejos, ese puesto en el ranking de aeropuertos de nuestro país. No solo en volumen de pasajeros, compañías aéreas o conexiones nacionales e internacionales. También en materia de transporte público es noticia por la falta de alternativas al autobús, que se convierte en la única opción al taxi.
Si dejamos a un lado, por motivos obvios, Madrid y Barcelona, que juegan en otra división -por Barajas y El Prat transitan unos 90 millones de pasajeros al año-, el aeropuerto de Manises (Valencia), con cifras similares a San Pablo, dispone de Metro, y el de Málaga cuenta con un servicio de Cercanías así como varias líneas de buses.
Por todo ello, resulta extraño que el aeropuerto sevillano no ofrezca a sus usuarios una mayor oferta de transporte público, sobretodo, teniendo en cuenta que está situado a tan solo 10 Km. al nordeste de la capital, como subraya AENA en su página web. Y si no, que se lo pregunten a los vecinos de Alcosa, que saludan a la tripulación desde sus balcones. Ítem más, con un poco de suerte, y como se dice coloquialmente, si coges dos semáforos en verde en Kansas City, te plantas en Santa Justa en un santiamén.
En esta coyuntura económica, en la que las inversiones se han reducido casi al mínimo o, sencillamente, han sido borradas de los presupuestos, es fácil echar la culpa de la falta de infraestructuras a la crisis. Pero… ¿y antes? ¿Nadie ha reparado en lo cerca que se encuentra el aeropuerto del trazado ferroviario que discurre casi en paralelo a la autovía? Y no me refiero necesariamente a una conexión vía AVE entre ambas terminales. ¿Qué ciudad no querría tener conectado aeropuerto y Palacio de Congresos? Y más aún cuando, por fin, éste (Fibes) dispone de capacidad para apostar de manera firme y decidida por este tipo de turismo y una estación de Cercanías justo a su lado.
Con la que está cayendo y la dependencia que tiene la ciudad de este sector, bien harían los políticos en dar respuestas a estos problemas. Para llenar hoteles, restaurantes, museos y, en definitiva, reactivar el consumo, es necesario que vengan turistas, pero si antes de poner los pies en tierra ya se van encontrando piedrecitas en el camino…
Es una lástima porque desde el 92 -gracias a la Exposición Universal- Sevilla tiene, de la mano de Rafael Moneo, una moderna y extraordinaria terminal que no se corresponde con la utilidad que unos y otros le vienen dando. Al menos, eso sí hay que reconocerlo, desde este aeropuerto despegan aviones.