Hoy no toca preguntar en voz alta. No, entre otras cosas, porque
la filosofía de este humilde blog era y es denunciar situaciones de distinta
índole y ofrecer alternativas, más o menos utópicas en estos tiempos, y en este
tema no encuentro respuestas. En pleno siglo XXI, los avances científicos no
dejan de sorprendernos aunque los hitos que deparan son a todas luces
insuficientes, motivo por lo que el cáncer –sí, cáncer, sin eufemismos- no
tiene aún cura definitiva y nos está ganando esta vital partida.
Inteligente, de fina ironía y con una mente privilegiada para
los números. Quizá por ello era el canónigo que llevaba las cuentas de la
Catedral de Sevilla. Francisco Navarro Ruiz era diplomático en el sentido más amplio
de la palabra. Dominaba como pocos el difícil arte la oratoria y fue miembro
del Servicio Diplomático de la Santa Sede, con sucesivos destinos en las
nunciaturas de Tanzania, Togo, Irak, Kuwait, Ghana y Benín. Fue uno de los
pilares del cardenal Amigo, que le nombró comisario de la muestra Magna Hispalensis, celebrada durante la Expo del 92 y que tuvo un notable éxito en nuestra ciudad.
No solo tuve la suerte de conocerle sino de
entablar una relación más allá del ámbito estrictamente profesional. No en vano,
fue el sacerdote que celebró mi matrimonio –el día que se lo propuse, preguntó
sitio y fecha y lo apuntó al instante en su particular agenda- y, además,
bautizó a Ángela año y medio más tarde.
Como consecuencia de los numerosos actos públicos convocados por
la Fundación Forja XXI, que él presidió desde abril de 2005, compartimos bastantes
horas de viaje a lo largo y ancho de Andalucía. En los desplazamientos, en las
incansables esperas en el puerto de Algeciras o en los entretenidos almuerzos
de trabajo, al acabar el día, uno se iba siempre con la sensación de haber aprendido
algo interesante. Sería interminable enumerar las anécdotas que vivió con su
buen amigo y también canónigo Manuel Benigno García Vázquez (q.e.p.d) y que
tenía a bien compartir con sus compañeros de mesa y mantel.
Quien dice Andalucía también habla del norte de Marruecos
(Tetuán) y de Ceuta. En esta pequeña pero bonita ciudad, su familia, con su jovial
tía Anita al frente, nos abría la puerta de su casa y era “obligado” cenar con
ellos, tras una maratoniana jornada de reuniones con autoridades
públicas.
En convocatorias de prensa o en distancias cortas, rara vez
esquivaba una pregunta y raro era también que no habláramos en esos viajes por
carretera de dos temas en los que no teníamos, precisamente, demasiada sintonía:
el fútbol y la Semana Santa. Aunque era hermano del
Silencio, mantenía cierta desapego con las cofradías y, sabedor de que me apasiona todo lo que rodea a ese mundo, andábamos inmersos en interesantes debates.
Pero no fue óbice para arrancar su compromiso de predicar tras su jubilación en
un Quinario de Los Gitanos aunque no ha sido posible. Diría que en estos últimos años fue mi cura de cabecera. En esas largas charlas sobre hermandades y, en general, en
aquellas que tenían como hilo conductor a la Iglesia, dejaba claro con sus
comentarios que no se sentía cómodo con algunos postulados de la jerarquía
eclesiástica ni con el anquilosamiento de esta institución, lo que le valió en
más de una ocasión la etiqueta del “cura progre de Los Remedios” -parroquia a
la que accedió en 2002- aunque él prefería autocalificarse como una persona
abierta a la que no le dolía en prendas disentir públicamente de esa jerarquía.
Sin duda, fue una de las mentes más abiertas de la Iglesia. Descanse en paz.